El arte es el uso de la habilidad y la imaginación, para crear objetos, experiencias, melodías o entornos con el fin de lograr el placer estético en el observador. Se dice tradicionalmente que el arte alimenta el alma, y quienes realizan esta afirmación no se equivocan. Al ver una obra de arte, uno se siente conmovido por ella, y puede llegar a sentir que se está transportando a otros lugares y tiempos, reales o imaginarios; el arte provoca sobrecogimiento. Se dice que la capacidad de distinguir lo hermoso de lo feo es una habilidad humana innata, pero la verdad es que los valores estéticos cambian de cultura en cultura, y algunos pensadores se han referido a la definición del arte como uno de los problemas más grandes de la filosofía; por lo mismo el arte y su percepción siempre serán subjetivos.
Desde la edad clásica y mucho antes, se viene practicando el arte en sus diversas modalidades y expresiones. Ya los primeros humanos con inteligencia, dibujaban en las cavernas su interpretación de la realidad de manera tanto externa (tal como se presenta a los sentidos) como interna (sus apreciaciones subjetivas de la realidad, usando símbolos y representaciones abstractas); incluso investigaciones modernas afirman que el origen de arte es entópico, esto es, deriva de experiencias subjetivas o internas de los chamanes de la época que volcaron de manera gráfica sus percepciones. Desde esos comienzos, hasta el día de hoy, el arte trata de reflejar, lo que somos y lo que estamos viviendo.
En los comienzos de la historia del arte, es decir a partir de los recuentos escritos en donde está presente el concepto, se entendía por arte a una determinada habilidad, por lo general manual o musical, bien desarrollada en una persona. El concepto luego evoluciona marcadamente en el período romántico, donde se le da una cualidad "metafísica" a la actividad artística, y por lo mismo se complica su definición, dejándola en manos de la filosofía, la religión y la ciencia. Una buena definición contemporánea bastante equilibrada en términos históricos sobre el concepto, podría ser la de un producto de la actividad humana, capaz de estimular los sentidos y la mente, transmitiendo emociones e ideas. De todas maneras el tema es sumamente subjetivo, y da para interminables conclusiones.
Cada época de la historia, por la misma razón, a cultivado un tipo de arte. Los clásicos, era rigurosos con las formas humanas. El hombre era el centro. Luego se fueron desarrollando lo románico, lo bizantino, el renacimiento, el barroco, el realismo, el surrealismo, etc. Son muchos los estilos de arte que se han desarrollado, pero cada uno de ellos, ha maravillado y tocado a sus contemporáneos, justamente porque el arte desde cierto punto de vista tiene un valor dual: por una parte representa e identifica un estado temporal o específico de lo que viven la sociedad y las personas, y por otra parte el arte tiene un valor universal rescatando la inmutable naturaleza humana, sus sueños, esperanzas, alegrías y tristezas.
Con el pasar de los siglos, se fue depurando el concepto de arte. Sobretodo la visión que se tenía, en cuanto a su exposición y el valor comercial que se podía llegar a explotar y ya para fines del siglo XVII, se comenzó a conceptuar la idea de exponer masivamente las obras de arte, con un objetivo recreacional y, al mismo tiempo, comercial. Al mismo tiempo, surgieron las primeras escuelas serias y masificadas, para que los interesados y sobretodo, dotados, pudieran aprender las técnicas necesarias como para convertirse en verdaderos maestros de su oficio.
Entre las disciplinas consideradas actualmente como arte, están: la arquitectura, las manualidades, la danza, la decoración, el diseño, el dibujo, la pintura, la moda, el cine, la literatura, la música (con todos sus géneros y expresiones), la fotografía, la poesía, la escultura y el teatro. La clasificación de todas las modalidades de esta actividad humana en nuestros días es motivo de constantes debates, pero no podría ser menos para un tema tan cautivante y elusivo como el arte.
Un intento por atrapar esos
espacios-momentos-sensaciones que el
ser humano ha seleccionado como eternos.
Los recuerdos evocan todo lo humano: corazón, mente y espíritu. Estos
fragmentos de tiempo: útiles o inútiles, luz u oscuridad en nuestro camino,
encuentros y desencuentros con fantasmas del ayer, sentimientos encontrados…
todos son el resultado de nuestro andar por este mundo, son una síntesis de
vida. Revelen un pasado placentero o no, estamos condenados a almacenar
recuerdos por el resto de nuestra vida. Unos intentamos olvidarlos, expulsarlos
de nuestro ser. Pero basta una palabra, un objeto, un color o un olor para
tenerlos presentes nuevamente. Por lo tanto, muchos nos resignamos a ellos; los
evocamos de vez en cuando –o nos rendimos a su evocación espontánea-. En este
rendimiento a los recuerdos, algunos los gozan, otros los sufren, otros, los
más osados -los verdaderamente creadores de su propio destino-, los
reconstruyen, los enriquecen y embellecen para lograr la reconciliación y
comunión del presente con el pasado.
De esta
manera se presentan los recuerdos de Jesús Cuevas, exquisita recreación y comunión
con el pasado. El reloj, la sopa, la plancha, la sandía… se convierten en
símbolos del pasado, fragmentos de tiempo que el cerebro -o mejor dicho, todo
nuestro ser- decidió conservar en nuestra memoria. Estos fragmentos encuentran
su descanso en los lienzos de Cuevas. Él retoma estos recuerdos del tiempo,
algunos para liberarlos, otros para renovarlos, otros más para desenterrarlos…
porque está convencido de que el arte se crea y se recrea con la esencia de lo
humano, es decir, con lo que el hombre disfruta y sufre en su paso por esta
vida.
En cada
uno de sus lienzos, Jesús Cuevas se representa a sí mismo como testigo o
protagonista de sus recuerdos. Cuevas decide plasmarse como un ave, pues para
él, este animal mítico evoca la libertad creadora, la inocencia de la
sensibilidad. Esta ave vuela del presente al pasado; es el testigo que, al
recrear sus recuerdos, se recrea a sí mismo, evocando emociones, pasiones,
sensaciones y mucho más.
En este
viaje a través de los recuerdos que el tiempo se empeña en atesorar, Cuevas nos
invita a refrescar los nuestros y nos comparte los suyos; al deleitarnos con su
obra, construimos y saboreamos el presente.
Las aves han sido siempre
receptáculo de nuestra proyección. Desde hace miles de años, caracterizamos con
base en los rasgos que las hermanan a nosotros. Por eso las hemos dotado de
simbolismo: la perdiz, trofeo de cazadores, es sinónimo de astucia; la tórtola,
ave esquiva, simboliza la soledad; la golondrina, que ordinariamente cohabita
con el hombre, representa la comunión; la gallina resulta por fuerza
antonomasia de la cobardía; el halcón, dado que se presta a nuestra mano, es el
poder bajo el yugo humano; en la avestruz se reflejan el sueño, la misericordia
y la benevolencia.
Hay, además de estas, otras que también han inspirado
diversos significados, muchas veces paralelos en distintas y numerosas
culturas. Tal es el poder de evocación de algunas que bien podemos llamarlas
Aves Mayores. El águila quizá resulte el mejor ejemplo: en la mitología india
acompaña al dios Vishnú, emblema del poder, presunto responsable de la
creación, la preservación y la destrucción del universo; en la griega es el
pájaro de Zeus; se le ha representado luchando contra un dragón, otro ser alado
pero, en contraposición, aliado del Mal; posteriormente, por ser la de más alto
vuelo, la realeza consideró al águila su fiel representante y la estampó en su
heráldica; ha estado tan recurrentemente atada a la idea de victoria que la
mitología cristiana la utilizó para invocar la resurrección, representando el
triunfo de Cristo sobre la muerte.
Otra ave simbólica es el cuervo. Asociado al
infortunio, es el pájaro consagrado casi universalmente a la desgracia: desde
los griegos era una creatura profética, y estaba dedicada a Apolo, deidad
oracular encargada de la salud y la medicina, que podía llevar enfermedad y
plaga a los hombres, o bien su alivio; en la India se le considera la sombra de un hombre
muerto, por lo que alimentarlo equivale a nutrir difuntos; en la mitología
nórdica acompaña al dios de la guerra, Odín, puesto que guerrear implica alimentar
cuervos, amantes de la carroña; se supone que los vikingos usaban el estandarte
de este animal para provocar temor en sus adversarios. Dicho talante oscuro asociado
al ave negra permeó hasta el cristianismo, donde se le emparenta con el diablo.
En contraposición al cuervo, la paloma es nuncio de la
paz, la sencillez, el Espíritu Santo. No sólo eso: aves blancas como palomas
también representan, desde los egipcios, el alma humana, alada para elevarse
por encima de la vida, ya que el simple vuelo –esa exclusiva de los pájaros– es
símbolo de la perfección a la que no podemos aspirar sino muertos. Al vuelo
pertenece todo lo sagrado, trátese de superhéroes o ángeles, dioses o almas
liberadas, pegasos o pensamientos. Volar es cambiar de nivel, volverse superior
a lo terreno: transmutarse espiritual.
Pajareras, colección de aves retratadas al óleo por Jesús
Cuevas, pretende ser un collage de la emotividad humana en su estado más puro. Y
no sólo de lo emotivo: toda forma de personalidad aspira a cristalizarse en
alguno de estos pájaros que no pertenecen a ninguna especie. Copetudos, de
cabeza plana, tonalmente exóticos, blanquísimos, alargados, desbordantes,
ordinarios, monótonamente nimios, de malévola mirada, redondos, habitantes del
lienzo entero (o sólo chispazos en este), con vegetación viva o muerta,
dándonos siempre su mejor perfil, estas criaturas de Cuevas son un esbozo que,
con su color y tamaño, según su postura individual y con respecto a otros, se
definen anclas de una identidad particular, puros, autoreferenciales: esto es,
simbólicamente autónomos. En cada cuadro cambia el carácter del animal alado,
tal como si la plástica de Cuevas fuera un Fénix –otra ave– que resucita, tras
inmolarse en la obra anterior, de sus propias cenizas: así la experimentación
del artista; así su estudio, su ensayo sobre la inasible condición humana.
Resulta claro porqué Cuevas no retrató la condición
humana basándose en el empaque que nos envuelve: de haber sido así, de haber
abandonado el terreno de lo ideal-imaginario para trasladarse al más llano y
ramplón realismo, pronto sus planes habrían sido derrotados: el hombre que
vuela, de nombre Ícaro, cae al mar, muere ahogado. Los pájaros son, en cambio,
etéreos, ideales.